Análisis
Tomado de Foro Permanente FARC-EP
Por Jesús Santrich

"La historia no hace nada a medias y atraviesa muchas fases cuando quiere conducir una vieja forma social a la tumba…”Karl Marx Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1844.
Muchas veces tuvo que haber visto nacer el alba mientras se embelesaba contemplando el firmamento sembrado de estrellas; muchas veces tuvo que haber contemplado manojos de silvestres loros retando las tormentas. Y, ¿cuántas veces sentimos su mirada escrutadora escarbando en los luceros las rutas ciertas del mañana? ¿No nos preguntábamos, acaso, como hacía para encontrar con tanto sencillo acierto las trazas necesarias de lo emancipante concreto?
Guardián incansable del sagrado vientre de la tierra, hermano del monte, amigo del viento, guerrero de lluvia con lanzas de sol y flechas de tempestad entre sus manos; él solía interpretar la jerga húmeda del bosque para llenar de fe la conciencia rebelde de los oprimidos.
Hendida la historia por la tormenta, su cuerpo se vierte sobre la aurora y en forma de amor se extiende sobre las cosas.
La década muere adolorida, pero el grito de guerra del pueblo sufrido emerge en vindicta por el gladiador caído. Entonces, el mal presagio se disipa, al sentirse la manigua sonriendo en verde su esperanza, porque nunca un pueblo tuvo un salvador diferente a sí mismo; es decir, al universo colectivo de sus mejores hijos.
Confiamos a la selva, el fuego nuestro que detenga el caos, elevando hasta el eterno el resplandor creciente del ideal. Los anaqueles de la floresta resguardan su imagen de luz contra el ocaso.
Para un hombre que tuvo el valor de morir sin doblegarse, en una muerte que no es quietud y polvo sino simiente vegetal de los sueños justicieros; para un jaguar de azul celeste y verdor de fronda en el invierno; austero en todo menos en coraje y entrega por su pueblo, es decoroso partir entre la pólvora, como entre la pólvora se ha ido sólo para quedarse en la voz de las horas que derrama el tiempo.
Entre tanto, a las puertas de su gloria, las moles firmes del guardián andino, velan armadas la amada semilla de su humanidad caída; una estampida de sueños desata las riendas de la pólvora encendida: canto épico de la jungla, poemas de acero lanzando el verbo de sus balas y el sigilo de la ira incendiaria, combativa, asaltando con su fuego las feroces hordas del averno.
Ellos, ordenan su extinción, condenando sus restos al fondo melancólico de una fosa inaudita, lanzando su honor al pútrido fango de las mentiras… Pero, ¿qué maligna fuerza puede abatir por siempre la férrea dimensión de la verdad erguida?
Así, entonces, en el tumulto del amor encuentran el retorno nuestros muertos: un sepulcro de luna, un sarcófago de estrellas, un ara de ternura en el panteón del corazón y en la montaña, se eleva para cada combatiente que parte tras la luz de la utopía.
En lo extenso de los cielos, en la dimensión del día, en el socavón de la noche y en las cavernas de las sombras, aún ante las garras de la muerte, ante la evidencia del estruendo aleve, innúmeros serán los días de la evocación para los nuestros, en su larga marcha admirable hacia los intersticios del origen, hacia el regazo de la memoria, hacia las radículas del agua…; para elevarse cónsonos en las espigas del viento, o estirarse en la historia, aferrados a los largos dedos del destino con un haz de tempestades en el alma y un escudo de luna y hojalatas de niebla, y más coros de balas, de pájaros y bestias…; más coros de lianas, de robles y de insectos, agitando las brasas encendidas del rojo deseo de la leyenda guerrillera.
Entre revolucionarios, si la llama de la sangre se enciende en el pecho y el fugaz fantasma de la vida se vuelve adiós de caracolas, no hay voces fúnebres de sueños vencidos que le den cimiento al fósil del olvido, porque donde caen, los que luchan, con la magia de su propio ejemplo se elevan resplandecidos, alargando la aurora desde la alabanza del ayer dormido.
En él, los diluvios de la gloria derriban con creces la muerte ociosa.
Por eso, mientras el pueblo humilde lo quería y admiraba, ellos, los oligarcas, le temían y odiaban.
Querían sus enemigos, que son los enemigos del pueblo, verlo muerto y destruida su imagen, su memoria, su siembra.
Para los oligarcas, Jorge Briceño era un campesino ignorante, al que detestaban porque no era de su clase y sobre todo porque desde las pobrerías se había levantado en armas como un guerrillero de las FARC, del ejército del pueblo, encumbrándose como símbolo de rebeldía y dignidad contra el pestilente orden de injusticias que reina en Colombia, impuesto por los capitalistas y sucios elementos apátridas que sirven a los intereses de las trasnacionales extranjeras.
Quizás no les parecía simpático, además. Pero bueno, eso sería lo de menos. Lo esencial es que era su opositor peleando del lado de los amplios y mayoritarios sectores sociales empobrecidos, que tanto claman por sus derechos en nuestro desangrado país.
Como hombre pobre e inconforme, convertido en magnífico revolucionario conductor de la lucha contra los opresores, tenía las características perfectas para generar el aborrecimiento absoluto de los portentosos “dueños” del país. Habrían querido eliminarlo hace muchos años, creyendo que en él radicaba la fuerza fundamental de ese ingente colectivo insurgente que él había ayudado a forjar. Pero, no; lo peor para ellos es que el Mono se les había convertido en un imbatible partisano, en un ejemplo para el pueblo sobre cómo hay que enfrentar los oprobios de los oligarcas con dignidad.
Qué gran militante era el mono, que gran guerrillero, que gran comunista, que gran revolucionario. Con sencillas palabras era capaz de enervar a sus perseguidores y a los enemigos todos de los explotados y de las FARC; pues su verbo concreto y sencillo, era enseñanza directa para los marginados y vilipendiados; cada orientación y consigna era ruta para la organización y la enseñanza, para la resistencia y la construcción de poder entre las pobrerías.
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